Juan Paez - Escribe poemas para evitar que algo desaparezca




a esa misma hora
en una ciudad diferente
alguien desarma
el mismo reloj


retorno

y tu cuerpo, una isla invisible
Marcelo Díaz

frente al abismo de no saber quién es
está su nombre, Odiseo
y con él están todos los demás

y detrás, los otros que también regresan

los pasos venideros impedidos
la voz desecha por la marea

lejos
tendido en la orilla
su cuerpo se rehace y busca
la sanación del propio ser
y del propio nombre





ómnibus



quienes no han llorado

en el asiento de un colectivo

nunca traducirán esto que nos pasa



no saben del paisaje

que también se marcha

por la ventanilla







opacas



las peinaba con colas de caballos

les ponías vestidos con puntillas

y volados de color blanco triste

les ponías amor en las mejillas

les ponías ceremonias

linajes y protocolos

las llenaba



yo nunca las quise ver sufrir






respiración



oculta está su cara

peina un cabello que ya no es el suyo

a pesar de pertenecerle a su cuerpo

de niña le enseñaron cómo debía peinárselo

hoy

tantos años después

ha olvidado la voz de su madre

pero peina su cabello como debe



de niña era desobediente

por eso la castigaban

y la retiraban de la mesa 

con la comida atragantada

sin poder llorar, con la boca llena de lágrimas



es una extraña la que ahora en el espejo

se sienta frente a ella



(en el momento preciso la abandonará,

lo sabe)



piensa que esta noche

ella debería comprenderla y no ahogarla

no esta noche que todo pende de un hilo



las niñas desobedientes

saben que las castigarán

y aún así se ofrendan en cada cena




  
zona pública



sos

(siempre lo vas a ser)



el que habita detrás del espejo

no en sus retratos






noviembre



a Camila García Reyna



    de este lado de la cama

retumba la voz

de quien ocupara el lugar de otras tantas



desde arriba mira

la costura de una vereda

que dormita la noche



piensa en esa ciudad en la que duermes



la memoria le quitará el sueño

lo sabe

y sabe también cuál será su único consuelo



ya no derrama las palabras que necesita

para mover su cuerpo

con la soltura

que el aire reclama



a sus espaldas yace una ciudad devastada,

se lo han dicho

entonces corre las cortinas y contempla

la suavidad de la lluvia

  




palabras perdidas


a Gigliola Zecchin



entre naipes y cartas geográficas

ella parte

ha decidido mudar de lengua



abandona un cuerpo y una tierra



a pesar del movimiento



escribe poemas

para evitar que algo desaparezca

  

 
corbatas Ives Saint Laurent



todos los niños bien

enamorados

de aquel niño bien

que nunca pronunció palabra



azulunala

ella agrega piedritas a su pulsera

encierra pequeños relojes de arena
en su casa de muñecas

en los diminutos compartimentos de una caja de té
guarda una mostacilla
por cada nombre nuevo

los pliegues del vestido se anudan
atajan su cuerpo altivo y señoril

esa noche
entre gritos de cuervos
regresa al mar

ya en la penumbra separa
una vez más
algunas piedritas del resto de la escollera





Juan Páez (1984, Rosario de la Frontera, Salta), residió hasta hace unos pocos meses en San Salvador de Jujuy, actualmente vive en Formosa. Es Profesor en Letras y fue becario del Consejo Interuniversitario Nacional. Publicó varios ensayos en torno al lenguaje poético y su producción literaria fue incluida en diferentes antologías. Forma parte de la comisión organizadora de “Sumergible, Festival de Poesía Contemporánea”. En 2013 participó de un Taller de Poesía a cargo de Diana Bellessi, actividad organizada por el Fondo Nacional de las Artes que posibilitó la corrección de la versión final de su libro “Música para aeropuertos”





Ilustración: Victoria Casadei




Esto que nos pasa - Natalia Leiderman


No es –solamente- porque hace poco lloré en el asiento de un colectivo ni porque siempre me deslumbro un poco cuando el dolor -esa cosa tan visceral tan íntima- se hace material en el ámbito público. No es solo por eso que abrazo a “Ómnibus” como punto de partida. Con una agudeza, al mismo tiempo enigmática y transparente, este poema condensa algo que vibra en todo el poemario “Música para aeropuertos”. ¿Qué significa llorar en el colectivo? Cuando alguien se sienta en el ómnibus y llora, se abre en el silencio compacto de la multitud una grieta luminosa por la que escapa el dolor individual. Esta grieta monta una pequeña representación en la que ese alguien se ve a sí mismo y en la que los otros pueden ver, si se atreven, algo de su propio dolor.  “Quienes no han llorado/ en el asiento de un colectivo/ nunca traducirán esto que nos pasa”.  Aquellos que no se han detenido en el viaje a llorar, se pierden algo; se pierden el reconocimiento de su dolor. “Esto que nos pasa” pasa en al menos tres sentidos: nos sucede, nos excede, y a la vez se nos pasa: es temporal. “Música para aeropuertos” construye una poética del viaje que es, también, una poética de lo transitorio, del dolor y del reconocimiento. Todo, en el universo poético de Juan Páez, se va hiriendo y subsanando en el viaje. En los viajes, mejor dicho. Porque el gran viaje se subdivide, o multiplica, en millones de experiencias fugaces.
 Los aeropuertos a los que Juan da música son centros alrededor de los cuales gravita esta experiencia múltiple. Lugares de anclaje pero a la vez lugares intermitentes, donde nadie permanece ni habita del todo. Mezcla de momentos y de afectos, donde todos dejan residuos de distintos territorios, de distintas lenguas y voces. Espacio de intersección y de transición. Porque hay algo que se marcha todo el tiempo: los lugares, los amores, partes de uno mismo. En semejante caos, ¿cómo traducir esto que nos pasa? En principio, aprendiendo a distinguir nuestro dolor. Entre las voces de “Música para aeropuertos”, Juan evoca a Susana Thénon: “Sólo yo conozco el dolor/ que lleva mi nombre”. Reconocer el propio dolor es reconocer las ciudades transitadas y la forma particular en que nos ha esculpido y nos esculpe el tiempo. Pero ese reconocimiento individual toca simultáneamente un fondo compartido; nombrar nos permite invitar al otro a nombrarse.  Hay quizás, al final, un único dolor, múltiples ceremonias y juegos para la misma tarea de transitarlo.
Juan Páez dosifica, mesura las palabras, construye un dolor calmo y preciso, con silencios justos. De pronto nos atraviesa con poemas breves, casi aforísticos, que tienen la fuerza de aserción de las verdades universales.  El poeta nos acerca la palabra como sanación; recuperar el nombre es poder señalar lo transitorio y, al mismo tiempo, hallar un punto de apoyo en medio de la fugacidad. La poesía es tal vez una de las formas de capturar y desentrañar el “esto” de “esto que nos pasa”, una linda forma de hurgar y aventurarse en ese furioso pronombre demostrativo que encapsula lo que no puede decirse.

Natalia Leiderman, Buenos Aires, 2014.